La liebre autóctona, la grande, la europea, ha sido de siempre, como lo es en estos momentos la becada, la especie con la que de alguna forma se ha identificado la modalidad que más practicaba el cazador vasco en la antigüedad. Eran otros tiempos, otras inquietudes y una manera distinta de entender la práctica cinegética que muchos aficionados empiezan a añorar. No por ello se debe desistir de recuperar este legado, sin menospreciar otras modalidades en las que el acoso a los animales sea reducido y no les reste defensas. Es posible, desde luego, volver a nuestros ancestros venatorios siempre y cuando se regulen las poblaciones de raposos de una forma definitiva y no con meros gestos, como ahora está ocurriendo.

Hay que pensar que existe voluntad de hacerlo y, por ello, es preciso insistir en la necesidad de establecer un equilibrio ecológico. Los últimos estudios realizados sobre los raposos han demostrado que un solo zorro puede eliminar el 80% de los nidos de perdiz en una extensión de 400 hectáreas, que es lo mismo que decir que habrá acabado con 630 perdices entre huevos y pollos. De la misma forma, el 50% de las madrigueras de conejos detectadas en 400 hectáreas son destruidas por el zorro, lo que equivale a unos 750 ejemplares. En la liebre el 60% de los lebratillos (crías) solo vivirán entre uno y veinte días. Sobran pues argumentos económicos, deportivos y humanos. Con el perro de muestra el encuentro con la liebre suele ser consecuencia de la suerte, pero con los sabuesos nos hallamos ante la caza clásica, la verdadera. Conviene formar un grupo de cazadores, aunque sólo sea de dos. Uno de ellos deberá custodiar a los perros mientras los demás se colocan en los puestos adecuados. La elección de los mismos no resulta difícil en la montaña, porque bastará apostarse en los cruces de los caminos que la liebre prefiere en su huida.

Pero si se caza en el llano ya es más difícil elegir, porque aquí abundan los carreteriles y no existe una regla que nos ayude en la elección. Es una cuestión de práctica, de intuición y de perfecto conocimiento del terreno. En las mesetas castellanas son numerosos los aficionados a la caza de liebre con galgo. Se organizan amplias manos que recorren las llanuras querenciosas de liebres y, cuando algunas de estas es levantada, sueltan los perros. En cada persecución, por lo general, intervienen sólo los galgos, que son llamados por los cazadores cuando la liebre perseguida consigue llegar a algún perdedero o zona de monte bajo. Si alcanza algún lugar de este tipo la liebre siempre consigue escabullirse. La liebre es un mamífero perteneciente al orden de los roedores y a la familia de los lepóridos.

Las patas posteriores, mucho más largas que las anteriores, le capacita para correr mejor en cuesta que en el llano o en la bajada. Su vista es mediocre, sobre todo de día. Más perfeccionado está su olfato, que, con el viento favorable, le permite sentir a las personas a gran distancia. El oído es absolutamente perfecto y constituye el principal instrumento de defensa de la liebre. Puede mover las orejas en todos los sentidos. Los ejemplares de esta especie pueden mantener durante largo tiempo una velocidad que oscila entre los 60 y los 70 kilómetros por hora. Seguida por los lebreles, una liebre adulta mantiene durante veinte minutos una velocidad aproximada de 70 kilómetros por hora.