El salmón del Atlántico, es un pez de dos mundos y, se sospecha que el cambio climático está alterando las fases de su complejo ciclo de vida; en mayor o menor medida, dependiendo de la situación geográfica de los ecosistemas que habita.

Una esperanza para el Salmo salar radica en su capacidad adaptativa y colonizadora frente a los cambios climáticos. La especie con anterioridad ya superó una glaciación y una era de sucesivo calentamiento global. En la actualidad, existe constancia de la expansión hacia lugares que antes no habitaba, debido, principalmente, a que permanecían congelados durante el transcurso del año. Nueva Inglaterra (EEUU) y España (Europa) marcan el límite térmico del rango del salmón del Atlántico. Los administradores de los ríos americanos han implicado el cambio climático como parte del fracaso observado en los intentos de recuperación de la especie. A pesar de la preocupante situación y el incierto futuro, la desaparición del salmón no es un hecho consumado, ni esta fuera de control.

En determinados ecosistemas la inquietud es latente, por ejemplo, en los ríos del Reino Unido, en 2018, el Proyecto Missing Salmon, basado en el etiquetado y seguimiento de ejemplares, intentó identificar por qué menos del cuatro por ciento de los alevines que salen de los ríos encuentran su camino de retorno. Se sospecha que el clima es un «problema general» que, ligado a los problemas existentes y asociado con los efectos de los mismos, está colapsando las poblaciones residentes. En 2014, los investigadores descubrieron que, a medida que los ríos alrededor del Atlántico norte se han ido calentado en los últimos 50 años, las migraciones de alevines han avanzado 2,5 días por década. Llegar al océano demasiado temprano o demasiado tarde puede llevar asociada la perdida de su alimento principal, encontrarse con los depredadores o incluso luchar para regular su fisiología. Aunque, la migración se rige en parte por los cambios estacionales en la luz del día, la temperatura también juega un papel importante. El más mínimo desajuste entre el río y el océano podría resultar letal. Infinidad de trabajos centrados en el cambio de medio lo corroboran. En el río Miramichi (Canadá), la supervivencia de alevines a través del estuario se ha desplomado en los últimos años, del 70 por ciento a menos del 10 por ciento, la principal causa extrapolada es un aumento de predación (lubina rayada fundamentalmente), pero el cambio climático y los desajustes migratorios son motivos indirectos que favorecen esa disminución.

Mirimachi (Canadá) se considera la «zona cero para los impactos del cambio climático en el salmón del Atlántico», según Nathan Wilbur, director de los programas de Nuevo Brunswick en la Federación de Salmón del Atlántico. Los trabajos de seguimiento y conservación centrados en la cuenca del Mirimachi (desde 2015, 100% captura y liberación, 2019 peor retorno histórico registrado) han llevado asociados medidas para hacer que el río se vuelva más frío, todo ello derivado del aumento de temperatura observado en sus aguas durante las últimas décadas. En 2010, se descubrió la importancia de las zonas frías en los ríos. Esa primavera, se insertaron etiquetas PIT (microchips) en 600 peces para controlar sus movimientos alrededor de la cuenca. En julio, las temperaturas del río subieron por encima de los 26 grados durante días. Cuando se procedió al escaneado del cauce con un lector de etiquetas, se encontró casi desprovisto de peces, hasta llegar a los puntos fríos. Donde el río era más fresco y más profundo, allí estaban los adultos y, a mayores, había una nube de alevines (Corey,2010). A menudo, el alevín del salmón del Atlántico es agresivo y defiende ferozmente sus áreas de alimentación. Sin embargo, ese verano proteger los territorios era menos importante que mantenerse fresco. Sorprendentemente, algunos peces habían viajado hasta ocho kilómetros para refugiarse, modificando sus hábitos de conducta. «Cualquier área que estaba más fresca, la encontraron», expuso Corey.

La protección de estos refugios de agua fría es un foco de trabajo y una estrategia de conservación y adaptación crucial frente al calentamiento de los ríos. El Departamento de Pesca y Océanos administra el río Mirimachi bajo un «protocolo de aguas cálidas», el mismo protege a los peces adultos que usan zonas frías en su camino para desovar. Si la temperatura del río sube por encima de los 20 grados durante 48 horas consecutivas, el DFO cierra 26 refugios de agua fría para pescar, así se protege al salmón del estrés adicional. Si hace más de 23 grados, los pescadores solo pueden practicar el río por la mañana. En 2018, para disgusto de algunos gestores de pesca, las zonas frías se cerraron durante casi un mes y medio, del 5 de julio al 21 de agosto. En cualquier caso, los conservacionistas y los pescadores no solo protegen los refugios fríos, sino que los mejoran. Desde 2014, la asociación de Salmón Miramichi ha completado nueve proyectos de restauración de agua fría, utilizando maquinaria pesada para profundizar agujeros, desviar los flujos de las bocas de los arroyos hacia la corriente principal e instalar rocas para hacer que las zonas frías sean aún más atractivas. Una gestión forestal más inteligente también puede ayudar. Proteger los bosques en las cabeceras de las cuencas de los ríos y dejar amplias zonas de amortiguamiento ribereño ralentiza la escorrentía después de las tormentas, reduce la erosión y mantiene el agua fría en los ríos por más tiempo.

Y aquí, en Asturias; determinados colectivos solicitan instaurar la herramienta de gestión utilizada en el Reino Unido y Mirimachi. Siendo sinceros y valorando los resultados palmarios cosechados en Escocia, queda claro que no es la solución. Incluso, ni para mantener los stock actuales. Además, debemos tener presenten que los regímenes de temperatura en los ríos británicos y canadienses son generalmente más bajos que los de la cornisa Cantábrica. Las temperaturas elevadas pueden afectar tanto a la supervivencia del salmón sometido a un evento de captura y liberación como a su descendencia. Las medidas preventivas deberían centrarse en reducir sustancialmente el ejercicio del C&S, cuando las temperaturas aumentan. Por ejemplo, en el río Avon (sur de Inglaterra, 100% captura y suelta) existe un acuerdo voluntario de no pescar cuando la temperatura del río, medida a las 09:00 en un sitio fijo (Knapp Mill), supera los 19 grados. En 2018, este umbral se superó en 44 días durante la temporada de pesca y durante el período del 26 de junio al 10 de agosto, los pescadores solo pudieron pescar 4 días. Es una muestra más de que esta práctica se debe estatuir de forma clara y precisa para que sea lo menos perjudicial posible.

Concluyendo, en nuestra región se ha dado un pequeño y tímido paso para revertir o palear esta situación. Delimitando las artes a emplear por los deportistas practicantes de C&S en la normativa vigente, coincidiendo con los periodos que esta modalidad resulta más lesiva para los ejemplares. Las restricciones sobre la pesca tradicional han sido múltiples durante las últimas dos décadas, todo lo contrario que con la practica mencionada. La cual ha venido aumentando tramos y periodos exclusivos en los últimos tiempos, con unas pautas poco delimitadas y muy permisivas. Esperemos que los datos científicos, técnicos, las condiciones de calidad de las aguas y la búsqueda de sostenibilidad utilizados para la confección de las venideras normativas tengan en cuenta las restricciones necesarias y normas de manejo asociadas a esta modalidad. Además de recoger una apuesta clara por la mejora integral de nuestros ecosistemas en el plan 2021-2027.

«No hay garantía de que detener la práctica de captura y liberación salvaría a las poblaciones de peces, pero si no lo hacemos, no mejorará». Carlos García de Leaniz, Director Centro de Investigación Acuática Sostenible de la Universidad de Swansea, Escocia(David McCann, Dec.31,2018).

Fuente. lavozdeasturias.es